El
26 de marzo de 1812 era Jueves Santo. Los fieles católicos estaban congregados
en las iglesias. Un terrible terremoto destruye las ciudades de Caracas,
Barquisimeto, Mérida, El Tocuyo, San Felipe y causa estragos en otras
poblaciones. Se calcula que en Caracas perecieron unas 10.000 personas,
cuando la población era de unas 44.000 almas y en La Guaira 3.000. En
virtud de que el 19 de abril había caído también en Jueves Santo, los
realistas aprovecharon esa circunstancia para hacer creer a los venezolanos
que se trataba de un castigo del cielo.
Bolívar
pasó el terremoto en su casa llamada del Vínculo de la Concepción, en
la esquina de Las Gradillas, y vino a la plaza de San Jacinto, que está
situada frente a su casa solariega, cuando supo que un grupo de frailes
predicaban a la aterrada multitud concretada en aquel espacio abierto,
haciéndole creer que el terremoto era un castigo divino por haberse separado
la Provincia de Venezuela de la autoridad del Rey de España.
José
Domingo Díaz, un venezolano furibundo partidario del Rey, narra que ese
día Bolívar, fogoso líder, trepaba en mangas de camisa por sobre las ruinas.
«En su semblante -comenta Díaz- estaba pintado el sumo terror o la suma
desesperación, indignación, aparta a uno de los frailes predicadores,
para pronunciar un vehemente discurso en el que explicó que aquel lamentable
fenómeno sísmico era un simple fenómeno natural ajeno a las ideas religiosas
y políticas. Y terminó su intervención, me vio y me dirigió estas impías
y extravagantes palabras: «Si la naturaleza se opone a nuestros designios,
lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca».
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