El síndrome del emperador es un trastorno de la conducta infantil que se manifiesta en forma de desafío, chantaje e incluso agresión a los padres, que han perdido toda autoridad para el menor. Este comportamiento abusivo del niño emperador se puede extender a otros adultos, que pueden formar parte o no de su propia familia.
Desde el punto de vista psíquico, la vida es un
tejer y destejer de comportamientos sanos y enfermos. Pero en ese abanico de
normalidad y de anormalidad existen muchos matices. Los dos extremos están
claros: la locura y la salud mental. Generalmente ambas realidades no se dan
nítidamente sino que están difuminadas en el amplio espectro de la conducta
humana. ¿Dónde situar en este arco iris de alteraciones psíquicas a los niños
con el síndrome del emperador? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo evitar esa patología?
¿Cómo actuar con un niño emperador?
El niño desobediente y travieso
Juanito es un niño de seis años. Sus padres y
profesores lo tienen catalogado como “muy inquieto”, con una gran dosis de
irresponsabilidad, un poco mentiroso y desobediente, y con un rendimiento
académico muy por debajo de sus posibilidades. Su actitud ante todo lo que le
rodea es de ataque. “No me aceptan, luego los destruyo”, parece que pensara. Su
postura ante los demás es de enfrentamiento, de desafío. Incluso llega
a conductas de auténtico sadismo: hacer sufrir a los animales, golpear sin
motivo a los compañeros más pequeños, etc. buscando siempre demostrar su
dominio y poder.
Algunos padres, en un intento por normalizar estos comportamientos, lo achacan a la edad o porque “son muy traviesos”. Pero existe la prueba del ‘algodón’ para saber si estos comportamientos son germen de una patología más grave (la psicopatía) o simplemente un momento de la evolución del niño: si no muestra signos de arrepentimiento ante la acción cometida y, por lo tanto, no es consciente del daño que ha podido hacer y además es frío y poco afectuoso, podemos sospechar que esos comportamientos pueden evolucionar hacia el “niño emperador”.
Algunos padres, en un intento por normalizar estos comportamientos, lo achacan a la edad o porque “son muy traviesos”. Pero existe la prueba del ‘algodón’ para saber si estos comportamientos son germen de una patología más grave (la psicopatía) o simplemente un momento de la evolución del niño: si no muestra signos de arrepentimiento ante la acción cometida y, por lo tanto, no es consciente del daño que ha podido hacer y además es frío y poco afectuoso, podemos sospechar que esos comportamientos pueden evolucionar hacia el “niño emperador”.
Estas conductas pueden tener una doble lectura: la
necesidad de autoafirmación o la expiación de una gran culpa inconsciente, a
través del castigo que lleva anexo la propia acción agresiva. El niño necesita sentirse seguro y no encuentra
otra salida que la agresión, la ruptura de las normas. Fantasea: “Cuanto más
agreda, más fuerte seré”. Por otra parte, la misma conducta rebelde produce la
imposición de castigos por el adulto, y de esta forma, el niño podrá expiar sus
sentimientos de culpa inconsciente. El proceso es el siguiente:“Soy malo, luego tengo que lavar esa culpa a través de los castigos que
me impongan los mayores”. Esto lleva a un círculo vicioso: ataca
para autoafirmarse y expiar su culpa, y viceversa.
La forma de neutralizar la agresividad, como
siempre, no es a través de comportamientos violentos, impositivos, sino a
través del afecto. La oscuridad se
vence con la luz. El odio se vence con el amor. La guerra se vence con la paz.
Por esto, no podemos contestar con una conducta agresiva a la
agresividad del niño. Estaríamos echando leña al fuego: la agresión se
alimenta con la agresión.Lo que no es óbice para marcar las
responsabilidades del niño e imponer un castigo adecuado a la falta que ha
cometido.
El niño emperador
El niño emperador no surge de forma espontánea o
como por arte de magia sino que es como un peldaño más del niño desobediente o
travieso que puede conducir, en la adolescencia, a la psicopatía o a ser un
parásito en la adultez. La verdad es que este desarrollo no es lineal sino
exponencial, pasando en poco tiempo de comportamientos medianamente controlados
por los padres a situaciones desbordantes: huida de casa o conductas claramente
delictivas.
Las cifras son escalofriantes: en España desde 2007
las agresiones de menores a sus padres y abuelos han crecido cerca de un 60%,
según datos de las memorias anuales de Fiscalía General del Estado y de los
Defensores del Menor de las distintas comunidades autónomas.
Todos estos menores agresores tienen un denominador
común: se creen con derecho a todo y sin obligaciones y no les importa los
medios para conseguir sus deseos.
Las demandas más frecuentes del niño emperador son: “dame”, “cómprame”,
“tráeme”, y si no lo consiguen desatan toda su ira y agresividad (incluso
física) contra sus progenitores, hermanos, profesores o compañeros.
Así relataba María su calvario con un hijo de 7 años: “Ya no puedo más,
me siento impotente ante Carlos. Temo reñirle o simplemente decirle que está
haciendo algo mal. El otro día, sin ir más lejos, porque no le dejé bajar al
parque, porque tenía que hacer los deberes, comenzó a insultarme y me dio una
patada que me hizo llorar. Además, con su hermana de cuatro años, siempre está
peleando e incluso en ocasiones ha llegado a golpearla. Si le dejo que haga lo
que quiera, no hay problema, pero en el momento que le exijo una disciplina
responde con insultos o agresiones físicas”.
Carlos puede ser un ejemplo de niño emperador. Suelen ser
inteligentes. No aguantan la más mínima frustración y a través de la
agresividad verbal o física quieren imponer su ley. Son pequeños déspotas, que
dan órdenes a los padres, intentan organizar la vida familiar y su
comportamiento más frecuente es el chantaje.
A medida que van creciendo, también la posibilidad de manejo se va
dificultando: de las pataletas pasan a la agresión física y del engaño o
mentiras pasan a conductas claramente delictivas: robos, tráfico de drogas,
etc. El niño emperador puede ser el camino inicial hacia una psicopatía
con todas sus consecuencias: problemas con la justicia, conductas adictivas,
etc., o bien a convertirse en un parásito, pues estos chicos suelen no tener ni oficio
ni beneficio en su adultez.
Además, el niño emperador no tiene conciencia de lo que está mal
o lo que está bien, pues carece de valores e incluso no manifiesta emociones de
arrepentimiento, pena, perdón, solidaridad, etc. Es como si solamente
existiera él y sus necesidades, pero sin tener en cuenta a los demás. El niño
emperador no tiene capacidad de empatía.
Como contrapunto podemos encontrar que los padres son
afectuosos, permisivos y defensores de una “falsa democracia” pues quieren ser
amigos de sus hijos cuando en realidad son padres. La realidad es que una
estructura familiar sana se sustenta sobre “la desigualdad”: los padres dictan
las normas y los hijos deben cumplirlas. Esto sí amasadas por la comprensión,
el diálogo, la negociación y el respeto mutuo. "Lo cortés no quita lo
valiente".
El panorama del niño emperador se completa con padres que no saben poner
límites a las exigencias de los hijos, o con madres sobreprotectoras y padres
ausentes y en familias disfuncionales (con graves patologías en
sus progenitores) en los que el mecanismo que predomina es el de negación, como si de esta forma, al no percibir el problema, éste se solucionara
por sí sólo.
La pregunta que nos hacíamos al principio de estas líneas sigue en pie:
el niño emperador, ¿nace o se hace? ¿Es determinante la estructura familiar
(luego se hacen) o la carga genética es la que condiciona estos comportamientos
(luego nacen)?
Origen del niño emperador
Simplificando podemos afirmar que existen dos teorías principales: los
que ponen el énfasis en la constitución genética y los que postulan como
elemento decisivo, en la aparición del hijo emperador, la educación.
Vicente Garrido, psicólogo criminalista y profesor
titular de la Universidad de Valencia, defiende la primera de las teorías: “Son
niños -dice- que genéticamente tienen mayor dificultad para percibir las
emociones morales”. En definitiva, el síndrome del emperador se caracteriza
por la ausencia de conciencia moral. Por eso este tipo de niños puede aparecer
en familias bien estructuradas con un comportamiento normal y con unos padres
que no son permisivos ni tampoco negligentes.
Por el contrario, Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía de
Menores del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en su libro El
pequeño dictador, pone el acento en la educación, afirmando que la
herencia marca tendencia, pero lo decisivo en los comportamientos humanos es la
educación, sobre todo, en los primeros años de vida.
Una tercera vía, en la que me sitúo, aporta un elemento más y considera
que el niño es protagonista principal en la elaboración de su propia
historia. Es decir, es cierto que en el interjuego de esas fuerzas
(familia, escuela, amigos, constitución del individuo, etc.) es donde el
sujeto, como canto rodado, va puliendo y configurando su propio estar y ser en
el mundo. Pero esto no se hace de forma pasiva, solamente dejándose llevar,
sino que cada persona aporta sus propios recursos, posibilidades y límites. Los
trastornos comportamentales, pues, no se transmiten genéticamente como el color
de los ojos, ni se contagian como el sarampión sino que, dependiendo de todas
esas variables (constitución, educación, etc.), cada sujeto elabora las
vivencias (afecto, rechazo, agresividad, etc.) de forma sana (salud mental) o
de forma enferma (los trastornos comportamentales).
ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra y catedrático de Psicopatología
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