Cuando hablamos de “la agresividad” la mayoría de la gente entiende el deseo de atacar, de destruir, de matar. Por lo tanto la censuran. Nuestra civilización tiende a suprimir este instinto que parece tan peligroso.
Un niño pequeño es un pequeño salvaje, un animal sin domesticar, cuyo comportamiento obedece al principio del placer y que no piensa en las exigencias de la realidad. Por su parte, los adultos responden a cualquier señal abierta de agresividad por parte del niño con desaprobación. Los padres intentan realizar su ideal de ciudadano modelo-que ellos mismos no consiguen ser- en sus niños. Se le dice al niño que sea afable, obediente, respetuoso. Para conseguir el objetivo se suele apelar al miedo que siente el niño ante la posibilidad de tener problemas o a que le castiguen, o a su deseo de ser querido.
Si examinamos a la gente que ha sido educada de esta forma durante siglos, tenemos que reconocer que los resultados decepcionan. Sigue habiendo guerra, a pesar de nuestros ideales religiosos y humanitarios.
La agresividad de los niños pequeños les causa muchas molestias e irritación a los adultos. La ven como algo indeseable e intentan quebrar la voluntad del niño. Pero corren el peligro de inhibir no sólo la “mala conducta” del niño, los llantos y gritos, los mordiscos y rabietas, el que arañe, rasgue y rompa las cosas, sino que pueden reprimir también su curiosidad. La curiosidad y la agresividad física del niño son muy molestas para los adultos. Satisfacerlas requiere tanto tiempo y tanta paciencia…. Incluso requieren que los padres reconozcan su propia ignorancia de conocimientos, lo cual, perjudica su posición de autoridad. Pero la curiosidad es indispensable para el desarrollo intelectual del niño, para el desarrollo de su capacidad, para aprender, estudiar y entender a la gente. Inhibir la agresividad del niño por completo si no produce estupidez, sí da como resultado una inhibición seria de las facultades intelectuales, y le imposibilita para razonar de una forma crítica. Aunque esto dentro de la familia puede parecer una ventaja: el niño no debe cuestionar a los adultos, debe hacer lo que le manden, debe creer lo que le enseñen, DEBE ACEPTAR EN VEZ DE CRITICAR. Metafóricamente hablando, el niño ha sido obligado a tragar muchas cosas sin que le permitieran ni morder, ni masticar, ni digerirlas. La capacidad de pensar, de criticar, de entender- que son la forma de asimilar los alimentos intelectuales- son manifestaciones del mismo instinto agresivo. La experiencia demuestra que inhibir una de estas funciones afecta profundamente a las otras y viceversa.
Las consecuencias de nuestra educación tradicional son desastrosas.
Las personas a las que se les educa para la obediencia ciega se convierten fácilmente en víctimas de cualquiera que asuma el mando. Puesto que no han desarrollado su capacidad crítica, tienen pocas posibilidades de entender la situación social o política y de actuar de acuerdo con su propia intuición y juicio.
En los países altamente civilizados observamos que mientras el individuo medio no desarrolla su capacidad para la agresividad casi nada, sino que, es más bien comedido y formal, incluso que tiene miedo a los problemas y complicaciones, la comunidad, en cambio, desarrolla sus medios de agresión hasta niveles aterradores. Cada vez usas armamentos más sofisticados…Es como si la agresividad reprimida de los individuos se hubiese acumulado para formar algo que va más allá de los individuos y que tuviera que encontrar una salida a la fuerza.
A menudo la energía agresiva reprimida desemboca en dos fenómenos muy poco deseados: la neurosis y la delincuencia. Estos dos fenómenos aparecen de fondo en el militarismo y en el fascismo. La agresividad reprimida durante mucho tiempo sale a borbotones, no ha existido la posibilidad de transformarla. El permiso que se otorga durante la guerra para cometer actos que, bajo circunstancias normales, atraerían sobre el individuo la censura, deshace, aniquila las inhibiciones de la agresividad desarrolladas durante la primera parte de la infancia. Y la persona o el sistema que otorga este permiso ocupa el lugar de la autoridad de los primeros años de la infancia: padre, madre, profesores …. Y a esta autoridad que deshace las inhibiciones se la acepta sin reservas, es acogida como a un libertador y un salvador, es el padre bueno y la fijación que se crea puede seria igual de fuerte o incluso mayor que las fijaciones de los primeros años de la infancia.
LA AGRESIVIDAD que no es solamente una fuerza destructiva, sino que es la fuerza que impulsa todas nuestras actividades y sin la cual no conseguiríamos hacer nada. No sólo nos hace atacar sino que también hace que nos enfrentemos con las cosas difíciles de la vida; no sólo destruye sino que construye, no sólo nos hace robar y hurtar, sino que también impulsa nuestros intentos de conseguir y de conservar las cosas a las que tenemos derecho. Es indispensable para el ser humano, tenemos que utilizarla, desarrollarla y convertirla en una herramienta útil para organizar nuestras vidas. No debemos ponerle trabas a las primeras señales de la agresividad del niño pequeño, sino que debemos estimularla y ofrecer un apoyo adecuado. Desde el momento en que empiezan a salirle dientes al niño, quiere morder. Necesita alimentos sólidos y juguetes. Más tarde los juguetes deben convertirse en algo con lo que el niño pueda trabajar: cubos de construcción, arena, arcilla, papel, lápices de colores … Se deben estimular las capacidades creativas y constructivas del niño. Sirven de poco los juguetes que se pueden romper o destruir sin convertirse en la materia prima para nuevas actividades.
Las madres y los padres deben estimular la actividad mental del niño desde el principio. A los niños se les debe permitir descubrir las cosas, aunque esto suponga que de vez en cuando tengan que romper una muñeca para descubrir lo que lleva dentro. Se debe responder con la mayor franqueza posible a las preguntas de los niños. Su curiosidad es el mejor medio que posee para acumular conocimientos y experiencia. Si se le hace sentir que es demasiado pequeño, muy joven como para entenderlas cosas y lo único que hace es estorbar a los adultos cuando están trabajando o divirtiéndose no será capaz de deshacerse de este sentimiento de inferioridad cuando sea adulto.
En cambio un niño que no ha reprimido su agresividad, sino que ha aprendido a utilizarla y a encauzarla, podrá participar en la vida social y política de una forma inteligente.
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