El profesor Preston Ni se plantea en Psychology Today cómo podemos
gestionar las ocho actitudes negativas más comunes para poder diferenciar entre
la confianza en uno mismo y el miedo al fracaso y ser capaces
de dominar el victimismo para ser capaces de salir –o sentirnos– victoriosos
ante las derrotas.
“No sirvo para nada”, “todo me pasa a mi” o
“no puedo tener más mala suerte” son algunos pensamientos negativos que
de vez en cuando nos rondan la cabeza. Desde luego que todos podemos
tener un mal día, pero sumergirnos en ellos sin intentar
mirar el lado positivo de las cosas deriva en una vorágine de tristeza,
antipatía y desánimo que a la larga no nos hace daño más que a nosotros mismos.
Amargarse y no hacer nada es mucho más sencillo que enfrentarnos
a la negatividad y solucionar nuestros problemas, pero
sin duda también muchísimo más perjudicial para nuestro yo individual y social,
las siguientes actitudes van haciendo de ti un ser AMARGADO:
1. Mensajes autodestructivos
¿Te has escuchado a ti mismo un “no puedo”, “no soy lo suficientemente bueno” o “no tengo lo que se necesita”?
Acalla esa voz interior proveniente de El Mal porque si los mensajes que nos
enviamos a nosotros mismos reducen nuestra confianza, disminuyen nuestro
rendimiento, acaban con nuestro potencial y, en última instancia, sabotean
cualquier posibilidad de que triunfemos, son charlas contraproducentes.
Como explica el profesor Ni, igual
que un amigo no te estaría repitiendo constantemente que “no eres lo
suficientemente bueno” o que “vas a fracasar”,
autobombardearte con estos mensajes “te convierte en tu peor enemigo y
detractor”.
2. Pensar que lo vas a hacer mal
Una forma predominante del
pensamiento negativo es hacer un balance de una situación o una interacción y
anticiparnos con la idea de que saldrá mal. “Para muchas personas, esta actitud
de ver el vaso medio vacío es habitual y automático”, comenta el profesor y
coach profesional quien añade que “la forma en la que nos relacionamos con las
circunstancias es la que hace que una experiencia sea positiva o
negativa”.
3. Las comparaciones nunca fueron
buenas
Una de las maneras más sencillas y
comunes para sentirnos mal es compararnos desfavorablemente
con los demás. Claro que nunca lo hacemos con los considerados
“iguales” sino que tenemos tendencia a hacerlo con “los que tienen más
triunfos, parecen más atractivos, ganan más dinero o
presumen de tener más amigos de Facebook”, comenta el profesor.
4. La idea de que cualquier tiempo
pasado fue mejor
“Debemos aprender del pasado pero no
sentirnos atrapados por él”. Pensar constantemente que has tomado el camino
equivocado y que aquella decisión es la culpable de que ahora te encuentres en
estas circunstancias. Sumergirnos en el pudo ser y no fue no
conduce más que a la autoflagelación mental sobre algo que ni siquiera sabemos
si realmente habría salido tal y como nuestra mente negativa nos relata. No
sabemos si habría sido mejor, sólo lo que tenemos ahora mismo, y depende de
nosotros afrontarlo con una u otra actitud.
5. La culpa de (todos) mis problemas
es de los demás
La mayoría de nosotros nos
encontramos con personas complicadas en nuestras vidas: manipuladores,
desafiantes, narcisistas, mentirosos... Lo más sencillo es pensar que ellos son
los culpables de nuestros problemas y nosotros somos las víctimas, pero, como
explica el profesor, “esta actitud, aunque justificada, es reactiva y por lo tanto
nos autodebilita”.
6. El victimismo como modo de vida
En relación con la anterior, la
actitud victimista de hacer responsables de nuestras desgracias a los que nos
rodean puede resultar sencillo y satisfactorio a corto plazo pero a la larga,
como dice Ni, “perpetúa la amargura, el resentimiento y la falta de poder de
decisión y actuación ya que la víctima sufre de lo que Henry David Thoreau llamó ‘silenciosa
desesperación’”.
Estos sentimientos no va a ayudarte a
ser más feliz ni tener éxito, sólo a llenarte de resentimiento, envidias y
desarraigo. ¿Merece la pena ser siempre la victima?
7. Regodearse en la culpa
Todos nosotros cometemos errores en
la vida. Cuando uno mira hacia atrás en sus actos pasados, tal vez hubo
decisiones y acciones de las que pueda arrepentirse y es posible que
hayan causado daño tanto a uno mismo como a otros.
“Recordar estos sucesos pasados puede
hacer que nos acompañe el sentimiento de culpa por los
errores cometidos, el daño causado o la pérdida de oportunidades”,
comenta Ni, lo que derivará en sentirse mala persona y regodearse en la culpa.
Pero, como decíamos en el punto
cuarto, no tiene sentido estar dándole vueltas a lo que pasó, lo importante es
aprender de los errores y ser conscientes del daño que se pudo hacer para
evitar que se repita.
8. El miedo al fracaso y a cometer
errores
El miedo a los errores y a fracasar
se asocia con el perfeccionismo: “Pensar que no eres lo suficientemente bueno
en algunos aspectos puede ocasionar una tremenda presión sobre ti mismo para conseguir el éxito”,
comenta el profesor.
Ponernos metas y tratar de alcanzar
objetivos es importante para estar motivados, pero esperar ser perfectos,
conseguirlo todo a la primera y hacerlo sin
ningún fallo es prácticamente imposible y, por lo tanto, es absurdo exigirnos
tanto si no queremos acabar con el ánimo por los suelos y amargados por
nuestros fracasos.
Múltiples estudios han demostrado la
correlación entre el perfeccionismo y la infelicidad, y es
que simplemente ser perfecto no es humano.
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