Los políticos cuando no consideran a la familia, el
matrimonio, las creencias religiosas terminan fracasando en todos sus proyectos
políticos en el sentido de aceptación popular. Son Instituciones que vienen de
siglos, de generaciones y de su aceptación y reconocimiento a que existe un ser
superior que rige el universo y han sobrevivido en nuestro planeta en constante
evolución. Las virtudes cívicas, las disposiciones para el trabajo de este
capital humano en su libre albedrío de intercambios sociales en sus lugares de
reposo, de actividades físicas, como el trabajo, el deporte y el disfrutar de
los recursos que la misma tierra les da, son difíciles de romper. Esta premisa
teórica, es la clave del éxito en cualquier sociedad. La Unión Soviética se desplomo y con ello
fueron cayendo muchos otros países que creyeron que el estado podría
desarrollar riqueza, bienestar y desarrollo a sus respectivos países.
FRACASO DEL COMUNISMO
1. El colectivismo y la represión al ego
El más evidente de esos elementos contrarios a la
naturaleza humana era la imposición violenta de diversas expresiones del
colectivismo que negaban o reprimían la pulsión egoísta radicada en la psiquis
de las personas sanas. El totalitarismo convertía el reclamo de prestigio y
distinción personal ?uno de los grandes motores de la acción humana? en una
suerte de conducta antisocial castigada por las leyes y estigmatizada por la
moral oficial, olvidando que las personas necesitan fortalecer su autoestima
mediante el reconocimiento social basado en la singularidad de sus logros.
Naturalmente, esa represión al egoísmo y a la búsqueda de reconocimientos iba
acompañada por grotescas formas sustitutas del éxito, como las distinciones
oficiales a los “héroes del trabajo” dentro de la tradición stajanovista , pero
la artificialidad de este sistema de premios, generalmente entregados en
ceremonias ridículas, inevitablemente vinculados a la docilidad bovina de los
elegidos, acababa por perder cualquier tipo de prestigio social, vaciándolo
totalmente de contenido emocional.
2. El altruismo universal abstracto contra el altruismo
selectivo espontáneo
El colectivismo exhibía, además, otra faceta inmensamente
negativa: decretaba la obligatoriedad de una especie de altruismo universal
abstracto, los obreros, la humanidad, el campo socialista, mientras combatía el
altruismo selectivo espontáneo, dirigido al círculo de las relaciones más
íntimas, que es, realmente, el que moviliza los esfuerzos de los seres humanos:
al desaparecer la propiedad privada ya no era posible dotar a los hijos de
elementos materiales que garantizaran su bienestar. Ese fuerte instinto de
protección que lleva a padres y madres, especialmente a las madres a
sacrificarse por sus descendientes y a posponer las gratificaciones personales
en aras de sus seres queridos, quedaba prácticamente anulado por la
imposibilidad material de transmitirles bienes. Era, pues, un sistema que
inhibía y penalizaba dos de las actitudes y comportamientos que más influyen en
la voluntad de trabajar y en la consecuente creación de riquezas: la búsqueda
del triunfo personal y la protección y el mejoramiento de la familia. ¿Cómo
asombrarse, pues, de los raquíticos resultados materiales del totalitarismo
comunista cuando el sistema, generalmente impuesto por la violencia, suprimía
las motivaciones más enérgicas que tienen las personas para trabajar con
ahínco?
La hoz y el martillo, símbolos del comunismo adoptados
por los partidos marxistas-leninistas a partir de la Tercera Internacional, tal
como aparecían en la bandera de la Unión Soviética
3. La desaparición de los estímulos materiales como
recompensa a los esfuerzos
Pero ni siquiera ahí terminaban los refuerzos negativos
que debilitaban la voluntad de trabajar en las personas comunes y corrientes:
el marxismo proponía como meta la lejana obtención de un paraíso siempre
situado en la inalcanzable línea del horizonte. El sistema exigía el sacrificio
constante en beneficio de generaciones futuras, privando a los trabajadores de
una recompensa efectiva e inmediata conseguida como resultado de sus desvelos,
ignorando que, si algo se sabe con toda certeza en el terreno de las
motivaciones, es que existe una relación directa entre el nivel de esfuerzo y
la inmediatez de la recompensa obtenida: mientras mayor sea y más próxima se
encuentre la recompensa, más intenso será el esfuerzo por obtenerla. ¿Cuánto
tiempo y cuántas generaciones de trabajadores podían realmente defender con
entusiasmo un sistema que les negaba o aplazaba sine die una legítima
compensación por sus desvelos?
4. La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del
“bien común”
Como consecuencia del colectivismo y de la desaparición
de estímulos materiales asociados al esfuerzo personal, en todos los Estados
Comunistas se producía, además, un paradójico fenómeno que Marx no supo prever: la solidaridad colectiva, lejos de
fortalecerse con el comunismo, fue desvaneciéndose hasta hacerse imperceptible.
Nadie cuidaba los bienes públicos. La verdad oficial era que todo era de todos.
La verdad real era que nada era de nadie, y, en consecuencia, a nadie le
importaba robarle al Estado, dilapidar las instalaciones colectivas, o abusar
sin contemplaciones de los servicios ofrecidos, actitud que generaba una letal
combinación entre el despilfarro y la escasez propia del sistema. En los
Estados comunistas la obsolescencia de los equipos era asombrosa: los
tractores, vehículos de transporte o cualquier maquinaria que se entregaba a
los trabajadores tenían una vida útil asombrosamente breve, acortada aún más
por la permanente falta de piezas de repuesto, típica de las economías
centralmente planificadas. Nadie cuidaba nada porque las personas no conseguían
asumir mentalmente la idea del “bien común”. Lo que era del Estado, un ente
opresor remoto e incómodo, no les pertenecía a ellas y no había razón para
protegerlo. Esto se veía con claridad en el entorno urbano característico de
las ciudades regidas por el socialismo, siempre sucio, despintado, mal
iluminado, con edificios en ruinas. A un país como Alemania del Este, la más
próspera de las naciones comunistas, las cuatro décadas que duró el comunismo
no le alcanzaron siquiera para recoger todos los escombros de la Segunda Guerra mundial. En La Habana,
destruida por la incuria sin límite del castrismo, mientras los automóviles
oficiales al servicio de la nomenklatura apenas duraban dos o tres años, los
viejos coches de los años cuarenta y cincuenta, todavía en manos de
particulares, se mantenían circulando heroicamente. La diferencia entre el
destino de unos y otros era una forma silenciosa, pero efectiva, de demostrar
la ineficiencia sin paliativos del socialismo y el inmenso costo material que esa
característica le imponía a la sociedad.
5. La ruptura de los lazos familiares
Por otra parte, el colectivismo y la imposibilidad de
colaborar con el bienestar de la familia no parecían ser un producto fortuito
de la desaparición de la propiedad privada, sino una consecuencia
conscientemente buscada por la dictadura totalitaria en su afán por romper los lazos
familiares con el objetivo de forjar hombres y mujeres que no estuvieran
sujetos a la moral tradicional. De ahí las comunas chinas, las escuelas en el
campo cubanas o el rechazo brutal camboyano a la vida urbana durante la tiranía
de Pol Pot: se trataba de romper bruscamente los vínculos de sangre para crear
una hermandad fundada en la ideología, donde la fuente única para la
transmisión de los valores fuera el omnisapiente Partido. Por eso en todos los
gobiernos comunistas se cantaban las glorias de los niños que vencían los
prejuicios de la lealtad burguesa y eran capaces de delatar a la policía
política a sus padres o hermanos cuando estos violaban las normas de la
doctrina. Ni siquiera se podía amar a quien no exhibiera las señas de identidad
comunistas o, más genéricamente, “revolucionarias”. En Cuba, por ejemplo, desde
los años sesenta el castrismo decretó el fin de cualquier contacto con
familiares “desafectos” o exiliados, y centenares de miles de familias
interrumpieron sus vínculos tajantemente. Hijos, padres y hermanos, divididos
por la militancia política por órdenes implacables del Estado, dejaron de
hablarse o escribirse. En los expedientes policíacos, en las planillas de
admisión a los centros de estudio y en las empresas se inscribía el dato
peligroso: “el acusado mantiene relaciones con familiares que viven en el
exterior”. Otras veces la advertencia giraba en torno al círculo de amigos: “el
acusado mantiene relaciones con contrarrevolucionarios conocidos”. Mas esa
brutal manipulación de las zonas afectivas de las personas tenía un alto costo
emocional: las personas, obligadas por el miedo, obedecían al Estado, y
renunciaban a los lazos familiares o amistosos comprometedores, pero
secretamente se distanciaban aún más del Estado que las obligaba a esa abyecta
mutilación de sus querencias.
6. Las instituciones estabularias
Consecuentemente, el totalitarismo negaba y reprimía
cualquier forma de organización que no estuviera sujeta al control y escrutinio
de la cúpula gobernante. La sociedad no podía espontáneamente generar
instituciones para defender ideales o intereses legítimos. La participación
estaba limitada a los pocos cauces creados por la cúpula: el Partido, las
organizaciones de masas, los parlamentos unánimes, los sindicatos amaestrados,
y en ninguna de esas instituciones oficiales las personas se veían realmente
representadas. De forma contraria a la tradición histórica, el comunismo era un
sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y a disgregar las estructuras
espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad,
sustituyéndolas por correas de transmisión de una autoridad arbitraria y
represiva, disfrazadas de cauces artificiales de participación, aun cuando
eran, en realidad, verdaderos establos en los que “encerraban” a los ciudadanos
para lograr su obediencia. ¿Resultado de esa cruel estabulación de las
personas? Un creciente sentimiento de enajenación en el conjunto de la
población, incapaz de sentirse representada y mucho menos defendida por un
sector público percibido como extraño y ajeno.
7. Del ciudadano indefenso a ciudadano parásito
Sin embargo, el pecado comunista de someter a la
obediencia a los ciudadanos mediante la coacción, y de cortarles las alas para
que no pudieran pensar, organizarse, ni crear riquezas por cuenta propia, traía
implícita su propia penitencia: convertía a las personas en unos improductivos
parásitos que esperaban del Estado los bienes y servicios que éste no podía
proporcionarles, precisamente por las limitaciones que le había impuesto a la
sociedad. Ese ciudadano indefenso se convertía entonces en un consumidor
permanentemente insatisfecho, constantemente obligado a violar las injustas
reglas a que era sometido mediante el robo y el mercado negro, debilitando con
ello las normas éticas que deben presidir cualquier organización social justa y
razonable.
8. El miedo como elemento de coacción y la mentira como
su consecuencia
En todo caso, ¿cómo lograban los comunistas ese grado de
control social? Lo conseguían por medio de una desagradable sensación física
omnipresente en las sociedades dominadas por el totalitarismo: mediante el
miedo. Miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales. Miedo a
ser expulsado de la universidad o del centro de trabajo. Miedo a ser despojado
de la vivienda. Miedo a la cárcel. Miedo a los aterrorizantes Pogromos. Miedo a
las golpizas. Miedo a los paredones de fusilamiento. Sólo que el miedo, como
todo refuerzo negativo, afirmación en la que no se equivocan los psicólogos
conductistas, es un estímulo precario que genera reacciones contraproducentes.
Entre ellas, tal vez las más graves son el fingimiento, la simulación y la
ocultación. Mentir es la especialidad de las sociedades regidas por el
comunismo. Miente el Partido cuando defiende planteamientos que sabe falsos o
inalcanzables. Mienten los funcionarios cuando informan sobre los resultados de
la gestión a ellos encomendada, generalmente mal ejecutada por falta de medios.
Mienten los jerarcas cuando presentan resultados deliberadamente
distorsionados. Mienten los militantes o los indiferentes cuando deben opinar
sobre los logros supuestamente obtenidos, pero, lo que es aún más grave, todos,
tirios y troyanos, enseñan a sus hijos a mentir porque en el sistema comunista,
al revés de lo que asegura la Biblia, la verdad no nos hace libres, sino nos
lleva directamente a la cárcel. Sólo que esa atmósfera de falsedades, que en
Cuba llaman de “doble moral”, o de “moral de la yagruma”, una hoja que tiene
dos caras de distintos colores?, se transforma en una fuente del cinismo más
descarnado y destructor, terrible medio para la creación de riquezas, como
revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo: “ellos
(el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar”.
9. La desaparición de la tensión competitiva
De forma tal vez previsible, un modelo de organización
como el comunismo, que introduce en la sociedad unas artificiales tensiones
psicológicas basadas en el miedo y en la permanente incoherencia entre lo que
se cree, lo que se dice y lo que se hace, simultáneamente destruye una tensión
natural que contribuye a la mejora de la especie: la urgencia por competir. En
efecto, los seres humanos tienden a competir en prácticamente todos los ámbitos
de la convivencia. Desde el simple intercambio de criterios entre varias
personas, muy estudiado por la dinámica de grupos, en donde inconscientemente
todos procuran establecer y colocarse dentro de una cierta jerarquía, hasta las
competiciones deportivas, en las que resulta obvia la búsqueda del triunfo, las
mujeres y los hombres luchan por destacarse y escalar posiciones de avanzada.
Desgraciadamente, dentro del sistema comunista, donde las únicas instituciones
que existen son las diseñadas artificialmente por el Partido, y donde las
iniciativas que se permiten son sólo las que emanan de la cúpula dirigente, los
individuos creativos son casi siempre marginados y no encuentran campo para
desarrollar sus sueños y proyectos. Los “héroes” y “capitanes de industria”,
como les llamaba Thomas Carlyle, impelidos por la naturaleza para llevar a cabo
impetuosas hazañas sociales, están prohibidos, son perseguidos o se les extirpa
cruelmente de la vida pública si consiguen hacerse peligrosamente visibles. Es
muy probable que en países como la URSS o Checoslovaquia, donde había un alto
nivel educativo, existieran personas como William Shockley, uno de los
creadores del transistor, o jóvenes inquietos como Steve Jobs, padre del computador personal Apple,
pero ¿cómo las buenas ideas se transforman en acciones concretas en sistemas
sociales cerrados, guiados por dogmas infalibles y administrados por
burocracias políticas, ciegas y sordas ante cualquier iniciativa novedosa?
El éxito aplastante de sociedades como la norteamericana,
comparadas con las comunistas, se debe, en gran medida, a las inmensas
posibilidades de actuación que tienen los individuos creativos donde existen
libertades individuales e instituciones que favorecen el talento excepcional.
Es muy notable que un genio como Thomas Alva Edison haya patentado más de
mil inventos, y entre ellos la bombilla de luz eléctrica, o que un estudiante
llamado Bill Gates haya creado un software
ingenioso para ser utilizado como sistema operativo en las computadoras, pero
tan admirable como la obra de estas personas, es que vivían en sociedades que
potenciaban el paso vertiginoso de la idea al artefacto y del artefacto a la
empresa. Edison no sólo inventó la bombilla: además creó la empresa para
distribuir la electricidad y cobrar por el servicio. Gates no sólo perfeccionó
el lenguaje Basic y le dio un destino concreto como pieza clave de las
computadoras personales, sino en un humilde garaje y ayudado por cuatro amigos
creó una empresa, Microsoft, que en veinte años estaría entre las mayores del
planeta. De ambos haber nacido en el mundo comunista, lo probable es que la
creatividad y la energía que los impulsaba a trabajar, competir y triunfar se
hubieran disuelto lentamente bajo el peso letal de un sistema concebido para
destruir casi cualquier iniciativa espontáneamente surgida en su seno.
10. La necesidad de libertad
A esta represión del espíritu de competencia hay que
agregar la fatal supresión de las libertades implícita en toda forma de
organización social montada sobre la existencia de dogmas inapelables, como
sucede con la escolástica marxista. ¿Por qué recurrir a la expresión
“escolástica marxista”? Porque en el marxismo, como en el método escolástico
medieval, las verdades ya son conocidas y aparecen consignadas en los libros
sagrados de la secta escritos por las autoridades. En el marxismo lo único que
les es dable a las personas, especialmente si ocupan puestos destacados, es
confirmar la sagacidad de las autoridades con ridículos ditirambos como “Gran
timonel”, “Máximo líder”, “Querido líder”, “Padre de la patria”, muestras todas
de las formas más degradadas de culto a la personalidad. Pero sucede que la
libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acción no
es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en
las sociedades modernas. Si hay una definición bastante exacta del hombre es la
de “ser que se informa constantemente”. No es una casualidad que el saludo más
extendido en la especie humana es “¿qué hay de nuevo?”. ¿Por qué? Porque
el rasgo característico de la especie es la permanente transformación del medio
en el que vive, y eso significa un cambio constante en los peligros que acechan
y en las oportunidades que surgen. Tenían razón, pues, Yakovlev y Gorbachov cuando pensaban que la libertad para
intercambiar información sin miedo ?la glasnost? era el camino para aliviar los
enormes problemas de la URSS, pero se equivocaron al creer que el sistema
comunista era reformable. No lo era, como finalmente me admitió Yakovlev,
porque contrariaba la naturaleza humana. Eso lo condenaba al fracaso…[1]
FUENTE http://www.libertaddigital.com/ilustracion_liberal/articulo.php/569
Autor: Carlos Alberto Montaner
Autor: Carlos Alberto Montaner
La Factoria Historica
Tomado de: https://factoriahistorica.wordpress.com/2014/06/08/fracaso-del-comunismo/
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